Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de enero, 2011

8°C

Ya lo dijo Joaquín Vallejo Arbeláez en su libro, "El Misterio del Tiempo," y ya lo había explicado Albert Einstein en su teoría de la relatividad. Claro, ambos temas muy científicos, muy por encima de mi capacidad de entendimiento para un largo y aburrido lunes por la noche, escribiendo a ver si el té para dormir me hace efecto y puedo descansar. (Y mi mamá me llamó y me hizo perder el hilo de lo que estaba escribiendo, entonces, ajá, a volver a empezar...) A lo que voy es que la perspectiva que tomamos con respecto a un hecho le da un tinte particular a las cosas.   Por ejemplo, una semana larga para mi puede haber sido una semana corta para Honey. Quizá se pueda atribuir la diferencia en la duración de la semana (la diferencia teórica  de su duración, porque dura lo mismo) a que somos dos personas diferentes. Es posible. Para la hermana de Honey, hay poquitas cosas en el mundo más deliciosas que comerse una rodaja de tomate--yo pienso genauso lo contrario. Ew. Pero somos

"Brida"

Hace un par de días terminé de leerme el primer regalo que me dejó Fede, "Brida", de Paulo Coelho. Tengo que decir de frente que no soy fan de Coelho, y que definitivamente no soy fan del tema tratado en su novela--que realmente no era una novela, era más bien una corta y aburridamente redactada biografía de Brida O'Fern, una bruja irlandesa. Bueno, una hechicera irlandesa. En la edición que leí habían 258 páginas, lo que me trajo a un tiempo de lectura de 3 días. Estoy contenta de saber que no he perdido mi habilidad de lectura rápida. Si yo fuera una hechicera, creo que ese sería mi Don. Hay gente con el Don de ver espíritus, hay otros con el Don de leer la mente... "Natalya, ¿cuál es tu Don?" Ajem--diría, poniendo la frente en alto, muy orgullosa de mi Don: "Mi Don es la lectura rápida". Ja. Volviendo a Brida--en general no me gustan las biografías, ni mucho menos las que son tan cortas. Claro que el "Relato de un Náufrago" de Gabriel Ga

Faltando 9 minutos para las 12 (O, el último de Tailandia...)

Faltando 9 minutos para las 12, suena mi celular. Lo que me trae de regreso al mundo—sigo sentada en el barcito, sigo escuchando jazz, sigo al frente de la banda. Hago señas a Tomoko. Subiré al balcón, arriba, para poder hablar con mi familia. Tomoko me sigue. Llegamos al balcón y hay más gente  y más bulla. Sin embargo, logro hablar con mi hermana, con mi papá y con mi mamá. Mi año terminará en 8 minutos, y del otro lado del mundo mi familia está recién levantada. Quizá comiendo pan con mantequilla. Hay demasiada gente y demasiada bulla, pero mi familia me escucha bien, entonces yo hablo. Les cuento de mi día, de la locura, de todo—y faltan 7 minutos. Mi papá me dice algo, yo le digo que lo quiero mucho. Él me dice que él también me quiere. Pasa mi hermana y le digo que en 6 minutos empezará el año del perro—ella dice algo y no la entiendo, entonces le digo, "I love you, Hermosa. I wish you were here." Ella dice algo otra vez, y tengo a mi mamá al teléfono. Intenta despedirs

Otra historia tailandesa

En uno de esos domingos perezosos, me encontré con antojos de pizza. Llamé a Tomoko, mi amiga japonesa, y nos encontramos en la pizzería de la ciudad, The Pizza Company. Mientras esperábamos nuestra comida, me encontró con la mirada un extranjero a quien había conocido en Atsawín. Hace poco más de un mes, caminaba camino a casa por el mercado, Atsawín. Antes de cruzar a la derecha en la esquina, vi a un extrajero—blanco, alto, con poco cabello blanco y hermosos ojos azules. Como siempre pasa, cuando dos personas blancas se encuentran en una ciudad tan pequeña como Lampang, un saludo en inglés es inevitable: Good afternoon, dijo él. How do you do, respondí con una sonrisa. Y no sé cómo empezamos a conversar—es un inglés que vive en Tailandia hace alrededor de 10 años, casado con Tailandesa. Mai, su esposa, está embarazada; acaban de terminar su casa en Maetha, y viven felices comiendo perdices. Le conté de mi, y de mi soledad, y de mi trabajo, y de—pero me interrumpió y me preguntó mi e

En mi historia

En mi historia, el hombre será ciego. Se sienta de cuclillas en la mitad de uno de los corredores mas traficados del mercado, y cierra sus ojos demolidos por la edad mientras toca su instrumento--una especie de harmónica, mezclada con flauta de millo y pito. Ha de ser un instrumento tailandés hecho por él mismo, lo cual explica la sencillez del aparato musical. Nunca me mira. Por eso pienso que es ciego. Cuando camino por el mercado, todos los ojos se vuelven a mi, aunque sea por un par de segundos. Incluso aquellos que lanzan miradas disimuladas quedan atrapados en la magia de mis rizos. Hombres y mujeres por igual, jovenes y adultos, tailandeses y extranjeros, compradores y vendedores, ricos y pobres--todos me miran. Al principio me siento halagada. Rapidamente ese sentimiento cambia a invasión de mi privacidad.  Si acaso es cierto que todos los seres humanos estamos rodeados por una burbuja invisible que demarca nuestro espacio de comodidad, mi burbuja es lesionada por tantas mirada