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Mostrando las entradas de febrero, 2011

Violación Personal del Derecho Personal y Privado a la Privacidad

Hay pocas cosas a las que todos los seres humanos tenemos derecho. Tenemos el derecho a la vida, sin importar nuestra cuna de nacimiento o nuestra nacionalidad; tenemos derecho a pertenecer a un estado, determinado por nuestra cuna de nacimiento (o en casos particulares por la ascendencia); y tenemos derecho a la privacidad. Bueno, quizá tenemos ful más derechos, pero estos son los únicos tres que se me ocurren que sé con total y absoluta certeza que son verdaderos en un país de Asia, en un país de Europa, y en dos países de América (tomándolo como un sólo continente, porque ajá...), de modo que puedo generalizar y decir que son los tres derechos que todo ser humano en el mundo entero tiene. Pero hay gente--como yo--que a conciencia y voluntariamente decidimos entrar a un estado de violación personal del derecho personal y privado de la privacidad. Somos los escritores. Y léase por escritor cualquiera con un teclado (¿o máquina de escribir?) que decide no sólo que tiene algo que dec

Un poquito de la casa, muy lejos de la casa

Hace rato (ful rato) vengo sintiéndome como rara, como que no me hallo, como que no me siento ni bien ni mal, ni contenta ni triste, nada. Cuando estudiaba con Herr Müller, él me enseñó que una de las palabras preferidas de los alemanes era (es?) zufrieden , satisfecho. A los alemanes les gusta sentirse satisfechos: les gusta sentir que tienen suficiente, lo necesario, lo que quieren y necesitan pero no más. Yo odio esa palabra, porque odio la idea de sentirse uno satisfecho y nada más. Yo no quiero estar satisfecha, le decía yo a Herr Müller; yo quiero estar que estallo de la felicidad o que no puedo contenerme de la rabia. Quiero tener más, o quiero no tener lo que tengo. Pero no quiero sentirme simplemente satisfecha, porque me da miedo que esa zufriedenheit traiga consigo la mediocridad. Hace rato vengo sintiéndome zufrieden , y eso me aterra. Mi mamá toda preocupada cree que el problema es algo con respecto a mi relación con Honey. Pero no es eso; al contrario, con respecto a m

Cuando Kiel sea grande, quiere ser como Barranquilla

Aunque Kiel fue fundada en 1242, y Barranquilla en 1813 (aunque desde 1533 Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés empieza a escribir sobre ella), a Kiel le falta mucho camino por recorrer para ser como Barranquilla. Para que Kiel sea como Barranquilla, le falta el mango. Le falta el vendedor de mango en la esquina--en cada esquina--, el jugo'e'mango, y el palo'e'mango. Y del palo'e'mango le falta la hamaca que cuelga, y de la hamaca que falta, falta también el que hace la siesta mecido por el vaivén de la brisa decembrina que va de noviembre a abril, y que se mete en trance con la flauta'e'millo o el acordión que siempre suena en alguna parte. Ay, pero es que ya quisieran Kiel y sus kieleños ser como Barranquilla para tener corozo y maracuyá, para tener mamón y piña (para la niña); para tener rajpao de cola con leche (y por $500 más, un poquito más de leche) y diabolines (que aunque no son precisamente barranquilleros, sólo por poder enfatizar mi punt

Gallenblaselosigkeit (o, de por qué disfruto tanto del idioma de Goethe)

El español es una lengua riquísima. Rica de deliciosa y rica de cantidad: suena agradable, se riega en la lengua y hace cosquillas en el paladar (rápido, rápido corren los carros por el ferrocarril); además, tenemos muchas palabras para describir lo más exacta y precisamente nuestras emociones y sensaciones. Por ejemplo, "me siento bien" no es lo mismo a "me siento chévere"; "tengo hambre" no es igual a "tengo filo"; y "tengo calor" no es igual a "me estoy asando".  Y ni siquiera voy a entrar en todos los regionalismos que tenemos en español, especialmente para enfatizar. Pero el alemán, la lengua de Goethe y Schiller, la lengua de Beethoven y Mozart, la lengua de Freud y Einstein, tiene una particularidad más chévere que la del español: en alemán se puede usar una misma palabra como lexema o morfema, y usando prefijos o sufijos, cambiar totalmente su significado. Tomemos, por ejemplo, el verbo kaufen  (comprar). verkauf

Dicen los Expertos...

Dicen los expertos que la gente se adapta al cambio. Dicen que el proceso de adaptación es llevado a cabo por medio de la asimilación y la acomodación. Dicen, además, que la adaptación es atributo de la inteligencia. Es decir, entre más inteligente sea el sujeto, más rápido debería ser el proceso de adaptación, mediante el cual el susodicho asimila las actitudes de sus vecinos y se acomoda a esta nueva situación. Dependiendo de a qué se espere que se adapte el sujeto, el proceso de adaptación puede llevar de 3 horas hasta 3 décadas. Ahí los expertos no dicen  nada específico. Por ejemplo, luego de casi un mes en Pre-Kinder, mi mamá le preguntó a Mrs. Calvo (mi profesora, psicóloga, además) qué le sugería para que yo "aprendiera" a madrugar. (Este cuento me lo sé porque mi mamá me lo ha contado innumerables veces, no porque me acuerde) Mrs. Calvo le dijo que tranquila, que yo muy pronto me adaptaría a la madrugada. Sin querer desprestigiar a Mrs. Calvo, quien probablemente dij

Natalya Victoria I (?)

Odio la literatura victoriana. Tomé un semestre entero sobre ese tema, y aunque mi profesora--la directora de la Escuela de Artes y Letras de Augusta State University, con doctorado en literatura victoriana--era un genio literario, encantadora (irónicamente, negra y regordeta, con ese acento sureño que sólo oímos en las películas y creemos que es exagerado) y estaba siempre muy bien preparada para cada clase, no logré disfrutarla ni un poquitico. Por mi necesidad de superar expectativas (las mías, ante todo) y mi objetivo de graduarme con todos los honores, leí los autores que nos asignó (a veces novelas completas, a veces apartes): Joseph Conrad, George Elliot, Alfred Lord Tennyson, Thomas Hardy, Christina Rossetti, Elizabeth Barrett Browning, Robert Browning, Charles Dickens, H. G. Wells, Lewis Carroll, Oscar Wilde, Sir Arthur Conan Doyle, Bram Stoker... No me gusta retractarme, pero me toca: No puedo decir que "odio la literatura victoriana", pero luego decir que en real

“Las travesuras de la niña mala”

Mario Vargas Llosa, peruano, nacido en 1936 (eso lo acabo de leer en la contraportada de la novela que acabo de terminar, no es que yo sea un genio literario—es decir, sí lo soy, pero ajá), acaba de ser galardonado con el Premio Nóbel de Literatura. “Acaba” el año pasado. Lo único que me desagrada de ese otorgamiento es que no fue a mí, pero bueno, apenas empiece a escribir mi obra maestra, Suecia se dará cuenta de que me lo merezco. Creo. Espero. Mucho se ha dicho de por qué Vargas Llosa se gana el Nóbel apenas ahora, tan “tarde” en su carrera. Algunos dicen que por cuestiones políticas (leyendo aun sus más míseros y aburridos cuentos, es muy poco sutil su prosa rebelde y acusadora del mal gobierno, sentimiento compartido por muchos de sus compatriotas durante las épocas de su crítica), algunos dicen que por cuestiones culturales (la literatura latinoamericana está contagiada de nuestra esencia, y eso se nos ha criticado mucho: que nuestra escritura no es universal sino bastante loc