Todos tenemos - o, al menos yo siempre tuve - la ilusión de ser grande y vivir solo. Solos, con novio, con roommate , quizá incluso con la hermana, pero solos: sin papás, sin tíos, sin abuelos. Solos. Independientes. Liberados. Emancipados. Y en esa ilusión, ese sueño, todo es perfecto: la casa siempre está perfecta, ordenada; siempre hay mercado en la nevera y en la alacena; la ropa siempre está perfectamente doblada (planchada, incluso), y huele rico. Es chévere porque los amigos vienen y visitan, traen regalos y ayudan a arreglar cuando se marchan. Si el plan es cenar, ellos traen la compra, yo sólo pongo el aceite y las ollas. Y ellos lavan los platos al final. Si el plan es ver películas, ellos las traen, y las crispetas y la Coke. Ah, claro, y mi sofá es súper cómodo y grande y blanco y nunca se ensucia. Mi familia viene de visita a mi casa y se enorgullecen de mi madurez y de mi excelente manejo de la independencia. Mi papá hasta me regala 1 millón de pesos para que me compr