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¿Quién dijo que la realidad es chévere?

Todos tenemos - o, al menos yo siempre tuve - la ilusión de ser grande y vivir solo. Solos, con novio, con roommate, quizá incluso con la hermana, pero solos: sin papás, sin tíos, sin abuelos. Solos. Independientes. Liberados. Emancipados. Y en esa ilusión, ese sueño, todo es perfecto: la casa siempre está perfecta, ordenada; siempre hay mercado en la nevera y en la alacena; la ropa siempre está perfectamente doblada (planchada, incluso), y huele rico.

Es chévere porque los amigos vienen y visitan, traen regalos y ayudan a arreglar cuando se marchan. Si el plan es cenar, ellos traen la compra, yo sólo pongo el aceite y las ollas. Y ellos lavan los platos al final. Si el plan es ver películas, ellos las traen, y las crispetas y la Coke. Ah, claro, y mi sofá es súper cómodo y grande y blanco y nunca se ensucia.

Mi familia viene de visita a mi casa y se enorgullecen de mi madurez y de mi excelente manejo de la independencia. Mi papá hasta me regala 1 millón de pesos para que me compre algo bonito, en congratulación por ser tan responsable y ordenada.

Los recibos nunca llegan porque todo está pago, la basura nunca huele porque siempre está vaciada, las tuberías no se tapan porque mis hermosos rizos de oro no se extravían por la cañería.

Claro, esa es la ilusión.

La verdad es bastante diferente. Ja. Si yo hubiera alguna vez pensado en la realidad de las cosas, quizá hubiera elegido un camino diferente. No sé.

Pero la realidad es que la basura huele ful feo, hay que sacarla todos los días. La realidad es que los recibos llegan puntualitos todos los meses, y nunca te dan rebaja ni descuento ni puntos ni regalos ni nada, y hay que pagarlos ya. La realidad es que la ropa se ensucia, y no se puede usar más de 3 veces sin lavarla (5 veces para jeans), y la muy miserable se arruga y por mucho que la estire cuando me la pongo, se ve usada. Y la plancha - ¡pff! Tuve una en Bogotá, que cuando vendí estaba aún en su caja original, con bolsa y stickers y todo. Cuando la compradora me preguntó cómo se prendía, le dije que ni idea: jamás la había ni siquiera sacado de la caja. La realidad es que las tuberías se tapan, el inodoro se tapa, se acaba el papel higiénico, y a veces toca secarnos con toallas mojadas del día anterior.

La realidad es que el polvo es el demonio: las ventanas pueden mantenerse cerradas, herméticamente selladas, y el maldito polvo encuentra forma de entrar. La realidad es que las arañas, esas de cuerpos diminutos y patas que miden tres metros aman las esquinas, y se reproducen cada cinco segundos. La realidad es que el piso blanco se ensucia nada más con mirarlo, y las migas de pan siempre aparecen en el piso - aunque no comamos pan por días. La realidad es que el mercado se acaba, y siempre queda en la esquina de la alacena o de la nevera ese paté que ya está como con moho o esa lata de maicitos que se venció el mes pasado. La realidad es que la leche se vence y a la Coke se le va el gas. La realidad es que los amigos vienen y no se quitan los zapatos al entrar, y entonces toca aspirar al día siguiente. Y se comen toda la comida que hay, no traen sino mugre y hambre. La realidad es que o no tengo sofá, o tengo uno horrible que da pena.

La realidad es que la vida sola no es nada sofisticada, ni elegante, ni glamurosa. La realidad es que es más chévere cuando hay alguien más que se encarga de todas las "pequeñeces" del día a día, que tiene la plata, las ganas y la paciencia para ser el responsable, el adulto. La realidad es que aquella fantasía que tenía - que teníamos - es bastante alejada de lo que podría ser.

Pero la realidad es que no cambiaría esta vida independiente por nada del mundo. Porque, en realidad, no todo lo hago yo - es más... hay MUCHO que no hago yo. Y no cambiaría mi vida sola con Honey por nada del mundo.


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