El problema de publicar radica precisamente en eso: en hacer algo tuyo público. Es irónico, porque lo que un escritor más quiere hacer es publicar; pero lo que acaba a un escritor es hacer de eso suyo algo público.
Ya ves, cuando escribes algo te estás desnudando frente a la página en blanco. Desde que la máquina de escribir desplazó a la antigua pluma y tinta, el proceso de escribir se ha vuelto más íntimo entre tu y tu hoja vacía. La pluma servía de intermediaria, la tinta de mediadora. Pero ahora tus dedos sobre las teclas crean un flujo continuo, inmarcesible. Y tu eres la hoja y la hoja eres tu. Y eso que has escrito eres tu, y tu eres cada palabra que está escrita.
Hasta ahí la cosa está bien. La cosa es privada, íntima, sólo tuya.
Pero entonces se te da la gran idea de imprimir ese manuscrito y mandarlo a una casa editorial.
O peor.
Presionas "send".
Y ese instante en que has cumplido tu mayor sueño de ser un escritor publicado es el mismo instante en que te odias a ti mismo por haber quitado la cortina y haberte presentado desnudo ante el mundo. Te odias porque el mundo es duro, no tiene pelos en la lengua y tiene demasiado tiempo libre. El mundo, además, siente que tiene la autoridad -- NO, el deber moral de criticarte.
A veces las críticas son buenas. Es que eso de que las críticas sean nada más malas es puro invento a falta de conocimiento de la denotación de la palabra. En el mundo intelectual, la connotación incluso no es negativa.
Pero a veces las críticas son malas. Y a veces son muy malas.
Nadie quiere escribir "basura." Nadie quiere escribir algo malo. Incluso cuando el escritor quiere ser acusatorio no quiere ser ofensivo. Nadie quiere escribir mal. Nadie quiere escribir cosas sin sentido. Incluso cuando el escritor quiere ser absurdo y postmodernista no quiere ser bruto.
El mundo, entonces, toma esa hoja -- esa hoja que te contiene a ti, desnudo -- y te dice lo que piensa. Y, ¿sabes por qué lo hace? ¿Sabes por qué te dice lo que piensa? Porque tu fuiste (como dice mi papá) el más marica que le dio "send" a ese texto.
El mundo no sabe de la teoría de la muerte del autor, en la que no se evalúa al autor sino al texto como obra de arte. No. El mundo sabe del autor únicamente, y tu como persona cobras valor por lo que has escrito. Yo misma he caído en ese círculo vicioso: creo que García Márquez es un genio, y no lo conozco sino por sus novelas; y creo que Walter Riso es una patética excusa para un ser humano basado en un libro que he leído. He dicho.
Ah, bendita ironía la que vivimos los escritores. Cuánto me gustaría a mi poder escribir a rienda suelta, pero esta auto-censura me mata. Incluso intenté escribir un blog anónimo pero me pillaron -- ofendí a alguien y me lo hizo saber. Y fue una tragedia. Y fue culpa mía. ¿Por qué? Porque publiqué. Más marica yo...
Pero es que cómo puedo ser escritora sin que me lean. Y cómo hago para que critiquen mi obra y no a mi como persona. Y cómo hago para que no me importe. Pero cómo hago para respetar la fina línea que divide la libertad de expresión con los derechos de las demás personas -- sobre todo esas que están en mis historias publicadas.
Confieso abiertamente que cuando me demoro en escribir es porque lo que tengo por escribir no lo puedo publicar. Lo que habla bien de mi como persona decente y respetuosa, pero habla pestes de mi como escritora, por cobarde y víctima de auto-censura.
Hasta este momento, puedo dar la cara y respaldar todo lo que he escrito. Todo. Absolutamente todo. Aunque no esté particularmente orgullosa de todo lo que he redactado, no niego ni retracto nada.
Pero si pudiera contar las historias que quiero contar sin miedo... wow. Las historias que contaría.
Algún día. Por ahora, sigo amarrada al problema de publicar.
Ya ves, cuando escribes algo te estás desnudando frente a la página en blanco. Desde que la máquina de escribir desplazó a la antigua pluma y tinta, el proceso de escribir se ha vuelto más íntimo entre tu y tu hoja vacía. La pluma servía de intermediaria, la tinta de mediadora. Pero ahora tus dedos sobre las teclas crean un flujo continuo, inmarcesible. Y tu eres la hoja y la hoja eres tu. Y eso que has escrito eres tu, y tu eres cada palabra que está escrita.
Hasta ahí la cosa está bien. La cosa es privada, íntima, sólo tuya.
Pero entonces se te da la gran idea de imprimir ese manuscrito y mandarlo a una casa editorial.
O peor.
Presionas "send".
Y ese instante en que has cumplido tu mayor sueño de ser un escritor publicado es el mismo instante en que te odias a ti mismo por haber quitado la cortina y haberte presentado desnudo ante el mundo. Te odias porque el mundo es duro, no tiene pelos en la lengua y tiene demasiado tiempo libre. El mundo, además, siente que tiene la autoridad -- NO, el deber moral de criticarte.
A veces las críticas son buenas. Es que eso de que las críticas sean nada más malas es puro invento a falta de conocimiento de la denotación de la palabra. En el mundo intelectual, la connotación incluso no es negativa.
Pero a veces las críticas son malas. Y a veces son muy malas.
Nadie quiere escribir "basura." Nadie quiere escribir algo malo. Incluso cuando el escritor quiere ser acusatorio no quiere ser ofensivo. Nadie quiere escribir mal. Nadie quiere escribir cosas sin sentido. Incluso cuando el escritor quiere ser absurdo y postmodernista no quiere ser bruto.
El mundo, entonces, toma esa hoja -- esa hoja que te contiene a ti, desnudo -- y te dice lo que piensa. Y, ¿sabes por qué lo hace? ¿Sabes por qué te dice lo que piensa? Porque tu fuiste (como dice mi papá) el más marica que le dio "send" a ese texto.
El mundo no sabe de la teoría de la muerte del autor, en la que no se evalúa al autor sino al texto como obra de arte. No. El mundo sabe del autor únicamente, y tu como persona cobras valor por lo que has escrito. Yo misma he caído en ese círculo vicioso: creo que García Márquez es un genio, y no lo conozco sino por sus novelas; y creo que Walter Riso es una patética excusa para un ser humano basado en un libro que he leído. He dicho.
Ah, bendita ironía la que vivimos los escritores. Cuánto me gustaría a mi poder escribir a rienda suelta, pero esta auto-censura me mata. Incluso intenté escribir un blog anónimo pero me pillaron -- ofendí a alguien y me lo hizo saber. Y fue una tragedia. Y fue culpa mía. ¿Por qué? Porque publiqué. Más marica yo...
Pero es que cómo puedo ser escritora sin que me lean. Y cómo hago para que critiquen mi obra y no a mi como persona. Y cómo hago para que no me importe. Pero cómo hago para respetar la fina línea que divide la libertad de expresión con los derechos de las demás personas -- sobre todo esas que están en mis historias publicadas.
Confieso abiertamente que cuando me demoro en escribir es porque lo que tengo por escribir no lo puedo publicar. Lo que habla bien de mi como persona decente y respetuosa, pero habla pestes de mi como escritora, por cobarde y víctima de auto-censura.
Hasta este momento, puedo dar la cara y respaldar todo lo que he escrito. Todo. Absolutamente todo. Aunque no esté particularmente orgullosa de todo lo que he redactado, no niego ni retracto nada.
Pero si pudiera contar las historias que quiero contar sin miedo... wow. Las historias que contaría.
Algún día. Por ahora, sigo amarrada al problema de publicar.
Lamento leer esa tragedia. Supongo, aunque espero que, que dicho rollo va a limitar tus publicaciones? Hombre que lastima :(
ResponderBorrarVoy a intentar que no. La verdad sí me da ful rabia porque ajá, que dejen que una escriba lo que una quiera y si no les gusta que no la lean a una... pero nada, la leen a una y la critican. :-( Pero el silencio ahora es por demasiado trabajo, no por críticas. En serio en serio algún día me pondré al día...
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