Esas son las dos preguntas que rigen mi vida.
Cuando mi abuela estaba en sus últimos días (quizá últimas semanas...), su vida se regía por un estricto régimen de medicinas que se aplicaban a diversas horas, siempre en punto. Era como el plan del día: a las 8 am, la primera; a las 9:30, la segunda; a las 10:15 otra... y así se pasaba el día. A horas específicas había la necesidad de comer algo (era un poquito complicado porque mi abuela no quería comer, pero sabía que le tocaba), y en días especiales había visita de médicos (sí, en plural) planeadas, y los cinco hijos se repartían los días y las horas para que mi abuela nunca estuviera sola. A las 7:55 am, entonces, empezaba la preparación de la primera medicina. Esos cinco minutos eran muy ocupados: mi abuela tenía que sentarse en la cama, lo cual era difícil y doloroso para ella; tocaba buscar en la lista qué medicina tocaba, revisar la lista de nuevo para no cometer equivocaciones, tomar la medicina correcta de la mesa, revisar de nuevo la lista para estar súper seguros de que no hubiese equivocaciones, tomar la cuchara o la inyección o la pastilla, hacer la medición correcta, preparar el agua, revisar por última vez la lista y verificar la medicina y la cantidad, acercarse a mi abuela, darle la medicina, ver que la tomara - y ya.
A las 8:01 am, mi abuela, sentada en la cama, miraba a su alrededor, y de repente la tranquilidad la abrumaba. El hijo de turno se sentaba a su lado, la tomaba de la mano, la enfermera salía de la habitación, y mi abuela miraba directamente a los ojos al hijo de turno, y, a veces con ansias, a veces con miedo, a veces con intriga de niña chiquita, preguntaba, "Y, ¿ahora qué hacemos?"
No había nada que hacer.
Nada.
Esperar a las 9:25 am, cuando de nuevo empezaría el corre-corre de la medicina. Nunca antes, nunca después. El proceso de preparación duraba 5 minutos. Y después, después nada.
Nada.
Esperar.
Esperar a la siguiente medicina, esperar a la siguiente visita, esperar a que alguien hablara, llamara, esperar a que se mejorara... o esperar a que se muriera.
Esa frase de mi abuela me marcó porque siempre estamos esperando algo. Lo importante del cuento, la razón por la que esa frase cobró significado especial para los Conejines, es que no siempre hay que hacer algo y no siempre esperar es malo. Los mejores cuentos de mi abuela --de esas últimas semanas, al menos-- salen de esos periodos de espera. Las conversaciones más significativas que cada uno de nosotros tuvo con mi abuela fueron precisamente durante esos momentos de espera, sin planes ni guiones preparados.
Cuando nos dimos cuenta de que no había posibilidad de que se curara, es decir, no podíamos seguir esperando a que se curara, empezamos a esperar a que se muriera. Los médicos, muy gentiles pero irreparablemente pragmáticos, nos dijeron que no había más nada que hacer sino esperar a que el cáncer consumiera su cuerpo, órgano por órgano, célula por célula, neurona por neurona... Sí, estábamos esperando a que se muriera. Pero no esperamos con los brazos cruzados porque mi abuela no nos dejaba. No nos dejaba porque siempre nos preguntaba, "Y, ¿ahora qué hacemos?" Y así nos mantenía a todos pendientes, activos, pensando. Pensando.
Siempre pensando.
Mientras esperábamos, pensábamos. Eso era lo que hacíamos. Esa era nuestra misión. Nosotros pensando que la estábamos atendiendo a ella, cuando en realidad era ella la que nos atendía a nosotros.
Lo que me conlleva a recordar la frase predilecta de mi papá (o una de las...): "¿Para qué haces eso, mamita?" ¿Para qué? Esa pregunta me choca, porque a veces la respuesta es terriblemente embarazosa. ¿Para qué hacía eso mi abuela? Para mantener nuestra mente ocupada, para seguirnos enseñando, para entrenarnos para el futuro, para prepararnos para su ausencia.
Si cada vez que tomamos una decisión nos enfocamos en el qué viene después, y en el para qué de la decisión, quizá las decisiones tomadas serían más serias, mejores, más concienzudas.
Me hace falta mi abuela; no la veo hace 12 años. Me hace falta mi papá - aunque lo vi por FaceTime hace un par de horas. Y entonces me pregunto a mi misma, ¿para qué me pongo toda melancólica pensando en esto? "¿Para qué haces eso, mamita?"
Bueno, Baby, lo hago para recordarla a ella, a ti. Lo hago porque quiero que las decisiones que tome en la vida tengan sentido inmediato y a futuro. Lo hago porque quiero que todo tenga sentido. Lo hago porque quiero.
Cuando mi abuela estaba en sus últimos días (quizá últimas semanas...), su vida se regía por un estricto régimen de medicinas que se aplicaban a diversas horas, siempre en punto. Era como el plan del día: a las 8 am, la primera; a las 9:30, la segunda; a las 10:15 otra... y así se pasaba el día. A horas específicas había la necesidad de comer algo (era un poquito complicado porque mi abuela no quería comer, pero sabía que le tocaba), y en días especiales había visita de médicos (sí, en plural) planeadas, y los cinco hijos se repartían los días y las horas para que mi abuela nunca estuviera sola. A las 7:55 am, entonces, empezaba la preparación de la primera medicina. Esos cinco minutos eran muy ocupados: mi abuela tenía que sentarse en la cama, lo cual era difícil y doloroso para ella; tocaba buscar en la lista qué medicina tocaba, revisar la lista de nuevo para no cometer equivocaciones, tomar la medicina correcta de la mesa, revisar de nuevo la lista para estar súper seguros de que no hubiese equivocaciones, tomar la cuchara o la inyección o la pastilla, hacer la medición correcta, preparar el agua, revisar por última vez la lista y verificar la medicina y la cantidad, acercarse a mi abuela, darle la medicina, ver que la tomara - y ya.
A las 8:01 am, mi abuela, sentada en la cama, miraba a su alrededor, y de repente la tranquilidad la abrumaba. El hijo de turno se sentaba a su lado, la tomaba de la mano, la enfermera salía de la habitación, y mi abuela miraba directamente a los ojos al hijo de turno, y, a veces con ansias, a veces con miedo, a veces con intriga de niña chiquita, preguntaba, "Y, ¿ahora qué hacemos?"
No había nada que hacer.
Nada.
Esperar a las 9:25 am, cuando de nuevo empezaría el corre-corre de la medicina. Nunca antes, nunca después. El proceso de preparación duraba 5 minutos. Y después, después nada.
Nada.
Esperar.
Esperar a la siguiente medicina, esperar a la siguiente visita, esperar a que alguien hablara, llamara, esperar a que se mejorara... o esperar a que se muriera.
Esa frase de mi abuela me marcó porque siempre estamos esperando algo. Lo importante del cuento, la razón por la que esa frase cobró significado especial para los Conejines, es que no siempre hay que hacer algo y no siempre esperar es malo. Los mejores cuentos de mi abuela --de esas últimas semanas, al menos-- salen de esos periodos de espera. Las conversaciones más significativas que cada uno de nosotros tuvo con mi abuela fueron precisamente durante esos momentos de espera, sin planes ni guiones preparados.
Cuando nos dimos cuenta de que no había posibilidad de que se curara, es decir, no podíamos seguir esperando a que se curara, empezamos a esperar a que se muriera. Los médicos, muy gentiles pero irreparablemente pragmáticos, nos dijeron que no había más nada que hacer sino esperar a que el cáncer consumiera su cuerpo, órgano por órgano, célula por célula, neurona por neurona... Sí, estábamos esperando a que se muriera. Pero no esperamos con los brazos cruzados porque mi abuela no nos dejaba. No nos dejaba porque siempre nos preguntaba, "Y, ¿ahora qué hacemos?" Y así nos mantenía a todos pendientes, activos, pensando. Pensando.
Siempre pensando.
Mientras esperábamos, pensábamos. Eso era lo que hacíamos. Esa era nuestra misión. Nosotros pensando que la estábamos atendiendo a ella, cuando en realidad era ella la que nos atendía a nosotros.
Lo que me conlleva a recordar la frase predilecta de mi papá (o una de las...): "¿Para qué haces eso, mamita?" ¿Para qué? Esa pregunta me choca, porque a veces la respuesta es terriblemente embarazosa. ¿Para qué hacía eso mi abuela? Para mantener nuestra mente ocupada, para seguirnos enseñando, para entrenarnos para el futuro, para prepararnos para su ausencia.
Si cada vez que tomamos una decisión nos enfocamos en el qué viene después, y en el para qué de la decisión, quizá las decisiones tomadas serían más serias, mejores, más concienzudas.
Me hace falta mi abuela; no la veo hace 12 años. Me hace falta mi papá - aunque lo vi por FaceTime hace un par de horas. Y entonces me pregunto a mi misma, ¿para qué me pongo toda melancólica pensando en esto? "¿Para qué haces eso, mamita?"
Bueno, Baby, lo hago para recordarla a ella, a ti. Lo hago porque quiero que las decisiones que tome en la vida tengan sentido inmediato y a futuro. Lo hago porque quiero que todo tenga sentido. Lo hago porque quiero.
Creo que eso que paso tu abuela con sus hijos y nietos es lo unico que voy a extrañar si sigo como planeo, sin hijos. Cuando llegue a una edad y donde mi esposa muera primero (y ojala sea asi porque sino mi esposita le daría peor) seguramente quedare sólo. No me aterra pero si espero estar conciente y no muy enfermo y tener lo suficiente para pagar una casa geriatica pero ciertamente cuando veo a mi sobrina putativa, quien cumplió 6 ayer y pienso lo linda y echada para adelante que va a ser, me da un poco de melancolia saber que no voy a tener un retoñito como ella, pero más que querer es eso...la incertidumbre de la soledad del futuro
ResponderBorrarPero bueno hombre...que se me pego la melancolia :(
Eso definitivamente da cosas que pensar. Mi papá siempre ha dicho que tiene hijas precisamente para eso. Ojalá vivas tu vida de tal forma que, aún sin descendientes, no te encuentres solo en tus últimos momentos. Los amigos de mi abuela estuvieron ahí hasta el final :-) Lo que pasa es que las historias de ellos son privadas, no son mías, no las puedo compartir. Quizá algún día...
BorrarNatalya... te acabo de enviar una foto con mis lágrimas de agradecimiento por este escrito. Confirmar que tu abuela sigue vigente es sentir que su legado está en nuestros corazones. Thanks Natal... ¿y ahora qué hacemos?
ResponderBorrarMami, si sigues llorando dejo de escribir blogs... ja ja! Mi abuela SIEMPRE seguirá viva. Y ya que esto queda publicado en internet eternamente, ya no toca decir que "hasta que la tinta de mi pluma se acabe". Siempre. Siempre.
Borrar¡Nooooo, esto fue muy triste! :'( I mean, sé que la recuerdas desde una perspectiva positiva, pero maaaan.. las lágrimas...
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