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Siempre y cuando esté en la agenda, al que le caiga el guante --

Yo no sé de cuándo acá (¿de cuándo a acá?) yo me he vuelto tan obsesionada con los planes. En mi "juventud" no tengo precisamente recuerdos específicos de una cronofilia no diagnosticada, ni en EE.UU. ni en Tailandia... pero ahora, uish. Ahora hasta agendo "diversión" y "tiempo de descando" -- y en el "tiempo de descanso" hay una subdivisión: una para "pipi-machen" y otra para "sleepy-sleppy". A veces es bueno, sé que la mayoría del tiempo (nótese la especificación: la mayoría del tiempo) a Honey le gusta eso de mi, porque no nos caemos en las cuentas ni se nos olvidan las citas ni se nos pasan las fechas importantes; nunca se nos acaban las cosas en la casa y siempre está preparado para la universidad y para el trabajo. ¿Y yo? Mis trabajos están listos al menos dos días antes de la fecha de entrega, nunca me toca trasnochar para terminar tareas o proyectos, y nunca me caigo en nada. Nada se me olvida. Soy perfecta. Bueno... perfecta si pudiera cocinar mejor y si tuviera plancha en  la casa. De resto, uff. Claro que tengo ayudas - entre mi iPhone, facebook, y mi nuevo BBB (BlackBerryBlanco) estoy en toda - soy la que es. 


Pero hay otras veces... bueno, hay otras veces en que no soy tan divertida. Y eso lo descubrí ahora que mi familia estuvo aquí. Voy a contar el cuento tratando de ser lo más objetiva posible. Y al que le caiga el guante -- bueno, ya todos sabemos qué le pasa al que le caiga el guante.


Mi familia venía por sólo 16 días y con un millón de expectativas. No hay que ser un genio matemático para analizar que 16 días dividido por un millón de expectativas no da mucho tiempo para botar haciendo maricadas, como diría mi papá, o pendejadas, como diría mi abuela. Entonces planeé un súper plan, o sea, yo, la más agencia de viajes y tal, y por eso terminamos haciendo el súper delicioso y divertidísimo paseo japonés del que tanta gente tanto se ha burlado. 


La verdá la verdá la verdá, yo estuve ful estresada durante los días del paseo porque teníamos que cumplir con un plan. Los alemanes son ful estrictos con sus horarios de apertura y teníamos mucha carretera por recorrer y había muchos sitios por conocer y éramos demasiados y teníamos que hacer todo (¿quién dijo?) y todos teníamos que ir a todo (¿quién dijo?) y a todos nos tenía que gustar todo (¿quién dijo?). Yo. Yo fui la que dijo todo eso.


Entonces, viendo que había planeado mucha cosa para adultos (para mi mamá, mi hermana y Honey), decidí planear un día exclusivamente para Mariano: un día de ciudad de hierro. Invité a los nietos de los Siedenburg porque, ajá, son niños y niño + niño es chévere, ¿cierto? Se unieron entonces la mamá de los niños y los tíos. Éramos entonces un grupo de 10 personas, un grupo delicioso. Por la carrandanga que éramos, nos tocó irnos en dos carros. Entonces la mamá y el tío de los niños cuadraron para recogernos a las 10 a.m. en nuestra casa. 


Pero es que si bien nos estaban haciendo un favor (el favor de recogernos), también estábamos todos en el mismo plan: ir a una ciudad de hierro para pasarla rico. ¿Cierto?


Bueno... no tan cierto. 


Resulta que ALGUIEN se estresó porque a las 9:55 a.m. no estábamos listos. Y a las 9:56 timbraron los alemanes. OMG. ALGUIEN estaba lista a echar a rodar escaleras abajo a todo el que no saliera ipsofacto de la casa. A las 10 en punto estábamos todos abajo: mi mamá, mi hermana, Mariano, Honey y yo, con los alemanes. 


Mi mamá se dio cuenta que Mariano tenía puesto zapatos incómodos y le preguntó si quería cambiárselos. Eso pa' qué fue. A ALGUIEN se le alborotó el avispero y se puso furiosa porque la subida a cambiarse los zapatos nos iba a atrasar. 


Bueno, para saltarme la parte barro del cuento, ALGUIEN terminó subiendo con el pobre Mariano a cambiarse los zapaticos, y arrancamos al paseo y la pasamos delicioso. Sí, sí salimos 4 minutos más tarde lo planeado, pero todo salió bien y de verdad que la pasamos delicioso.


¿A quién le cae el guante?

A mi.

En mi defensa (si es que tengo derecho a una, y creo que no), vivo en un país donde la impuntualidad es un irrespeto grave. Pero en mi contra, vivo rodeada de gente que sabe que vengo de una cultura donde la puntualidad no es un mandamiento divino, y que realmente no ve el problema a llegar entre 5 y 10 minutos tarde a eventos sociales. En mi defensa, durante el tiempo que mi familia estuvo conmigo llegamos tarde SIEMPRE a TODO. Pero en mi contra, no hubo nada importante, no hubo nada vital ni nada que requiriera verdadera puntualidad (y lo único que sí fue vital, no fue tan grave haber llegado tarde). En mi defensa, A MI me molesta la impuntualidad -- y es un grave problema con Honey, quien a pesar de tener un reloj de 300mil pesos, tiene la impresionante facilidad de no mirarlo; y si lo mira, le tiene sin cuidado. En mi contra, que a mi me moleste no tiene que significar que a todos nos moleste por igual (aunque sería chévere).

A mi me cae el guante. Y públicamente me disculpo con mi familia (especialmente con Mariano, que lo único que quería era tener zapaticos cómodos) por haberme pasado de la raya con la intensidad de la puntualidad. Y públicamente agradezco a mi familia (especialmente a Mariano, por haber caminado a paso de velocidad de la luz por toda Alemania para cumplir con mi bendita agenda) por haberse aguantado mi intensidad y mi cronofilia tan absurda.

A mi me cae el guante. Y me lo chanto. Pero está bien, porque la chantada estaba agendada para hoy.

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