Como yo me he ido de mi casa varias veces, he aprendido a no extrañar ciertas cosas. Bueno, eso es mentira. No es que no las extrañe, claro que las extraño. A veces las tengo demasiado presentes. Creo que lo que he aprendido es a no añorarlas, a buscarles un sustituto. Al menos he aprendido a no pensar mucho en ellas.
Como el arroz con coco de mi mamá. Aquí en Alemania el arroz, sin ser un lujo culinario, es un placer casi exótico. Y no sabe rico. Sabe a plástico. Un poquito de "gustiarroz" ayudaría. No entiendo por qué el Señor Arroz de las Señoras no ha acaparado este mercado, que tan necesitado está de un buen grano. Pero bueno, eso con suficiente sal deja de saber tanto a plástico, y con papas y brócoli gratinado (es que ahora, de vez en cuando, como brócoli) hasta sabe rico. O al menos eso me digo para convencerme. A veces hacemos paella, y aunque no es lo mismo que el suculento arroz con coco (arroz de coco, como le dice Carmen) de mi mamá, aguanta para saciar la gana.
Cuando pienso que qué delicioso sería un sancocho trifásico en leña, de esos que se hacen en finca, donde a la sombre está a 40ºC, me hago una sopita de enfermo al estilo de mi abuela Alycia. No me queda igual, pero ahí voy despacito cogiéndole el toque. Nadie dijo que la vieja Licho aprendió a cocinar de la noche a la mañana... ni en 10 años.
A veces me antojo de patacón maduro con queso costeño, entonces encuentro en el Asia Laden más cercano un plátano que me cuesta un riñón, espero una semana a que se madure, lo hago en tajadas porque no tengo plataconera, y lo acompaño con queso griego, que es lo más cercano al costeño. Igualito como Honey acompaña el bocadillo que mi mamá nos trajo con Baby Bell, porque es lo más parecido al quesillo que él se comía en la capital.
Dulcerna sigue siendo lo mejor que Dios ha puesto sobre la faz de la tierra, pero las Berliner que me compro en el Von Allwörden, las que se derriten en mi boca y me empalagan con mermelada de frutos rojos, me hacen olvidar del típico ponqué de chocolate, o del de arequipe.
No he podido sustituir los jugos, no porque no haya la fruta, sino porque me rehuso a pagar 10 veces más de lo que cuestan en la esquina de la 84 con 51B. Además, no tengo licuadora, y Carmen nunca me enseñó la correcta proporción de azúcar-agua-fruta. Todo es culpa de Carmen. Malvada esa: ya yo me le pillé el plan macabro. Quien la ve tan maquiavélica... Ella decidió no enseñarme cosas vitales para mi subsistencia, como cómo hacer jugo de piña o de maracuyá, para que me tocara volver a Colombia. El plan como que le resultó, porque voy a celebrar mis 29 años allá.
Sí, cumplo 29 años. ¿Y qué?
Extraño bajar las ventanas y sentir el aire caliente en mi cara - y extraño prender el aire acondicionado, porque aquí no hay de eso. Aquí hay calefacción, pero funciona a base de gas o qué-se-yo, y no hace ruido. Extraño el ronroneo gatuno del aire acondicionado prendido el dominguito por la tarde. Extraño el circular de un abanico de techo espantando el aire caliente hacia abajo y ahuyentando el poquito aire frío que hay, porque de eso no hay aquí. Extraño la gotica de sudor que me cae por la espalda, aún con la poca ropa que se pone uno en las ciudades caribeñas, porque el calor es tal que no te alcanzas a hidratar cuando ya estás deshidratada de nuevo. Aquí también sudo de vez en cuando, sí, pero es cuando estoy forrada en camisas, chaquetas, busos, abrigos, y entro a un lugar donde los muy miserables tienen la calefacción prendida. A veces, cuando hace un poquito de sol, me pongo pinta de playa, prendo la calefacción de la sala al máximo, y me hago la idea de que estoy bronceándome en la playa de Puerto Colombia. Claro, llega mi novio cachaco y no le hace ni cinco de gracia mi espectáculo. Pero bueno.
Extraño los helados Donde Justo, pero Giovanni's es un buen sustituto. Extraño la Olímpica, pero el Sky hasta aguanta. Extraño el, "Ajá, ¿tu qué?", pero ya me estoy acostumbrando a responder al, "Na!" Extraño a mi familia, claro, extraño la cercanía. O la lejanía elegida. Pero con tantos medios de comunicación que tengo hoy en día, hablo más con ellos ahora que estoy a más de 8,675 km que cuando vivíamos en la misma ciudad, o en el mismo país, aún.
Extraño a mi papá. Y a él no le he podido encontrar sustituto, ni tampoco he podido aprender a no pensar en él. Extraño muchísimo a mi papá. Y yo sé que él también me extraña a mi. Si lo ves, ¿será que me haces un dos? Es posible que te lo encuentres en Barranquilla, en Bogotá o en un avión a alguna parte. Claro que es más posible que no te lo encuentres. Pero si por esas casualidades de la vida te lo encuentras, si lo ves y él te ve, si te le acercas y él te saluda, pregúntale por mi, ¿si? Y cuando te haga mala cara, dile que sabes de mi. Que te conté que lo quiero muchísimo, que te conté que lo extraño más de lo que extraño los helados de Justo, la gotica de sudor por la espalda, y el arroz con coco de mi mamá. Dile que me equivoqué - pero dile, sin miedo, que él también se equivocó. Dile que lo extraño. Y recuérdale que viajo a Colombia a celebrar mi vigésimo-noveno aniversario. (Es posible que se asusté, porque le juré que este año cumplí 23, pero no le pares bolas a eso.) Dile que no he cambiado de decisión, y que sé que él tampoco ha cambiado la suya, pero que no por esa razón lo he dejado de extrañar.
Mi papá es un poquito malgeniado, y es posible que no reciba bien este mensaje. Ya sabes, todo eso de "no mates al mensajero," y tal. Pero ten valor y dícelo. Quizá si suficientes personas le dan el mismo mensaje, eventualmente lo creerá.
Aunque hoy me encuentro viviendo la vida que he querido vivir, aunque hoy me encuentro feliz con lo que tengo y lo que no, aunque hoy me encuentro al lado de la persona que amo, aunque hoy me encuentro en el camino que he querido tomar, extraño a mi papá.
Como el arroz con coco de mi mamá. Aquí en Alemania el arroz, sin ser un lujo culinario, es un placer casi exótico. Y no sabe rico. Sabe a plástico. Un poquito de "gustiarroz" ayudaría. No entiendo por qué el Señor Arroz de las Señoras no ha acaparado este mercado, que tan necesitado está de un buen grano. Pero bueno, eso con suficiente sal deja de saber tanto a plástico, y con papas y brócoli gratinado (es que ahora, de vez en cuando, como brócoli) hasta sabe rico. O al menos eso me digo para convencerme. A veces hacemos paella, y aunque no es lo mismo que el suculento arroz con coco (arroz de coco, como le dice Carmen) de mi mamá, aguanta para saciar la gana.
Cuando pienso que qué delicioso sería un sancocho trifásico en leña, de esos que se hacen en finca, donde a la sombre está a 40ºC, me hago una sopita de enfermo al estilo de mi abuela Alycia. No me queda igual, pero ahí voy despacito cogiéndole el toque. Nadie dijo que la vieja Licho aprendió a cocinar de la noche a la mañana... ni en 10 años.
A veces me antojo de patacón maduro con queso costeño, entonces encuentro en el Asia Laden más cercano un plátano que me cuesta un riñón, espero una semana a que se madure, lo hago en tajadas porque no tengo plataconera, y lo acompaño con queso griego, que es lo más cercano al costeño. Igualito como Honey acompaña el bocadillo que mi mamá nos trajo con Baby Bell, porque es lo más parecido al quesillo que él se comía en la capital.
Dulcerna sigue siendo lo mejor que Dios ha puesto sobre la faz de la tierra, pero las Berliner que me compro en el Von Allwörden, las que se derriten en mi boca y me empalagan con mermelada de frutos rojos, me hacen olvidar del típico ponqué de chocolate, o del de arequipe.
No he podido sustituir los jugos, no porque no haya la fruta, sino porque me rehuso a pagar 10 veces más de lo que cuestan en la esquina de la 84 con 51B. Además, no tengo licuadora, y Carmen nunca me enseñó la correcta proporción de azúcar-agua-fruta. Todo es culpa de Carmen. Malvada esa: ya yo me le pillé el plan macabro. Quien la ve tan maquiavélica... Ella decidió no enseñarme cosas vitales para mi subsistencia, como cómo hacer jugo de piña o de maracuyá, para que me tocara volver a Colombia. El plan como que le resultó, porque voy a celebrar mis 29 años allá.
Sí, cumplo 29 años. ¿Y qué?
Extraño bajar las ventanas y sentir el aire caliente en mi cara - y extraño prender el aire acondicionado, porque aquí no hay de eso. Aquí hay calefacción, pero funciona a base de gas o qué-se-yo, y no hace ruido. Extraño el ronroneo gatuno del aire acondicionado prendido el dominguito por la tarde. Extraño el circular de un abanico de techo espantando el aire caliente hacia abajo y ahuyentando el poquito aire frío que hay, porque de eso no hay aquí. Extraño la gotica de sudor que me cae por la espalda, aún con la poca ropa que se pone uno en las ciudades caribeñas, porque el calor es tal que no te alcanzas a hidratar cuando ya estás deshidratada de nuevo. Aquí también sudo de vez en cuando, sí, pero es cuando estoy forrada en camisas, chaquetas, busos, abrigos, y entro a un lugar donde los muy miserables tienen la calefacción prendida. A veces, cuando hace un poquito de sol, me pongo pinta de playa, prendo la calefacción de la sala al máximo, y me hago la idea de que estoy bronceándome en la playa de Puerto Colombia. Claro, llega mi novio cachaco y no le hace ni cinco de gracia mi espectáculo. Pero bueno.
Extraño los helados Donde Justo, pero Giovanni's es un buen sustituto. Extraño la Olímpica, pero el Sky hasta aguanta. Extraño el, "Ajá, ¿tu qué?", pero ya me estoy acostumbrando a responder al, "Na!" Extraño a mi familia, claro, extraño la cercanía. O la lejanía elegida. Pero con tantos medios de comunicación que tengo hoy en día, hablo más con ellos ahora que estoy a más de 8,675 km que cuando vivíamos en la misma ciudad, o en el mismo país, aún.
Extraño a mi papá. Y a él no le he podido encontrar sustituto, ni tampoco he podido aprender a no pensar en él. Extraño muchísimo a mi papá. Y yo sé que él también me extraña a mi. Si lo ves, ¿será que me haces un dos? Es posible que te lo encuentres en Barranquilla, en Bogotá o en un avión a alguna parte. Claro que es más posible que no te lo encuentres. Pero si por esas casualidades de la vida te lo encuentras, si lo ves y él te ve, si te le acercas y él te saluda, pregúntale por mi, ¿si? Y cuando te haga mala cara, dile que sabes de mi. Que te conté que lo quiero muchísimo, que te conté que lo extraño más de lo que extraño los helados de Justo, la gotica de sudor por la espalda, y el arroz con coco de mi mamá. Dile que me equivoqué - pero dile, sin miedo, que él también se equivocó. Dile que lo extraño. Y recuérdale que viajo a Colombia a celebrar mi vigésimo-noveno aniversario. (Es posible que se asusté, porque le juré que este año cumplí 23, pero no le pares bolas a eso.) Dile que no he cambiado de decisión, y que sé que él tampoco ha cambiado la suya, pero que no por esa razón lo he dejado de extrañar.
Mi papá es un poquito malgeniado, y es posible que no reciba bien este mensaje. Ya sabes, todo eso de "no mates al mensajero," y tal. Pero ten valor y dícelo. Quizá si suficientes personas le dan el mismo mensaje, eventualmente lo creerá.
Aunque hoy me encuentro viviendo la vida que he querido vivir, aunque hoy me encuentro feliz con lo que tengo y lo que no, aunque hoy me encuentro al lado de la persona que amo, aunque hoy me encuentro en el camino que he querido tomar, extraño a mi papá.
Natal... hace mucho tiempo alguien me dijo que la construcción de relaciones es permanente y variable. Lo que sientes hoy por tu papá es el resultado de una construcción permanente y MUY variable, pero el es así y tu eres así. Que lindo que lo extrañes, que lindo que quieras que los que nos encontremos con el (yo soy una de esas) le preguntemos por ti y de alguna forma le digamos que lo extrañas. Por mi parte cuenta con eso, cuenta conmigo, lo miraré a los ojos, le entenderé su seño fruncido y con un abrazo (y los ojos aguados por supuesto) le diré algo que el ya sabe: Dariiito, tu hija Natalya TE EXTRAÑA. Me encantó lo que leí hoy. Love and MISS you a lot.
ResponderBorrargenial descripción de este amor padre e hija, seguro que tu padre está orgulloso de ti, de los pasos que das ante la vida
ResponderBorrarsaludos mil
@Toni, gracias por tu comentario. Vaya uno a saber que termines teniendo razón y que mi papá sí esté orgulloso de mi... Gracias por leer mi blog!
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