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¡Nos Ganamos La Lotería!

Yo siempre he pensado que soy de aquellas faltas de suerte que nunca se gana nada. Me acuerdo que, en mi primera comunión, una amiga, Michelle Warner,  me sugirió que intercambiáramos rifas. Yo le dije que creía que era una excelente idea, y tomé una de las rifas de la mesa y se la di. En su fiesta de primera comunión, el secreto para ganar la rifa era adivinar el color - ella me dijo en secreto, Se parece mucho al color piel... y por eso dije, "¡Color piel!" Y perdí. El color era curuba. O sea, ni siquiera con pistas pude ganar. Después de eso tengo un recuerdo de la universidad, donde en una rifa me gané una corbata. O sea. Una corbata. WTF. Y muchos, muchos años después, en la fiesta de despedida de año en la empresa donde trabajé por 3 años, me gané un horno tan moderno y tecnológico y fascinante que le faltaba sólo hablar para ser un robot completo. Wow. Ese hornito era algo maravilloso. Cuando me acerqué a reclamar mi premio, totalmente incrédula porque yo nunca me gano nada (salvo una corbata en la universidad), mi jefe me dijo al oído, Pónmelo en el carro de una vez para mandárselo a tu mamá mañana. O sea, mi premio no es mío ni por un minuto cuando ya pasa a manos de otro. (En defensa de mi jefe, debo aclarar que es el hermano chiquito de mi mamá, entonces tenía un poco de autoridad moral para darme esa orden.)

Me ha ido bien en la vida, pero no siento que he tenido "mucha" suerte. Sí he tenido algo de suerte, porque para que las cosas salgan bien se necesita mucha inteligencia, mucha tenacidad, y un poquitico de suerte. Me ha ido bien porque he trabajado duro para que me vaya bien. Me ha ido bien porque he tomado oportunidades que para otros son tan impensables que se hacen tan reales como el dragón en los cuentos de hadas (Tailandia siendo el mejor ejemplo). Pero sí, me ha ido bien.

Y precisamente porque me ha ido bien, siento que comprobado mi teoría: no se pueden dejar las cosas al chance, al destino, a la suerte. Para que las cosas salgan bien, un tiene que trabajar, trabajar y trabajar. (OMG, soy Uribista...) Por eso no creo en las loterías ni en los juegos de azar ni en el póquer ni en nada de eso. No puedo evitar pensar en pesos (o en dólares o en baht o en pesos) cuando estoy a punto de hacer una apuesta en la ruleta, cuando estoy pensando si en subir o igualar la ciega, cuando eligiendo los números para marcar en el volante de la lotería. Como no tengo (ni he tenido) carro propio, pienso en pasajes de bus. En cada número que apostaba en la ruleta pensaba, Ahí va el bus a Chía; en cada subida de la ciega pensaba, Ahí va el bus hasta Chiang Mai; en cada cuadro de números marcados pensaba, Ahí va el bus hasta Laboe. 

Yo sé que lo hago sonar como si apostara a diario. La verdad es que no. No juego a diario. Ni semanalmente, ni mensualmente. Es que aún semestralmente es demasiado. No juego porque no puedo disfrutarlo por siempre estar pensando en qué podría mejor invertir esa plata.

Pero la semana pasada, viendo que el premio mayor estaba en 7 millones de Euros, y en contra de todo lo que me hace el ser racional, cuantitativo y pragmático que soy, dejé que Honey me convenciera de comprar un boleto.

Y en contra de todo, nos ganamos la lotería.

12,20 Euros.

¡Woo-hoo!

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