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S.A.D.

Por ese interés mío particular de ser honesta y tal, voy a confesar que soy bastante crítica de las enfermedades psicosomáticas. Peor aún de aquellas enfermedades, condiciones o patologías que no se manifiestan con evidencia física sino que se quedan en la cabeza del doliente. La depresión, la agorafobia o acrofobia, la ansiedad ante pruebas (¿hay una palabra en español para eso?), el estrés post-traumático... yo soy (era) de las que piensa (pensaba) que el doliente debía "dejar la maricada", salir a trotar o algo, y desear estar bien. Claro, igualito que con una gripa: cuando tu deseas estar bien y curarte, ya, de una, *BAM*, te curaste. ¿Cierto? Igualito. Y eso que mi mamá es psicóloga y tal, entonces yo ique tenía una profesional en casa que me hiciera caer en la cuenta de mis errores. Pero junto con mi mamá, que trata a gente con "enfermedades del fantasma" (traducción literal del alemán, pero en serio la traducción correcta es "enfermedades del alma" o "del espíritu", o mejor aún, trastornos mentales), estaba mi papá, que cuando nos veía enfermas nos hacía saltar la cuerda para "sudar la fiebre."

Creo que eso quizá tuvo un impacto en mi duro criticismo.

Cuando pasé mi primer invierno en Augusta hace 13 años, caí en la cuenta de que me sentía más baja de ánimo de lo normal. Tenía mucha actividad, entonces no había tiempo de quedarme acostada por días. Todos los días tenía que bañarme, cambiarme, salir al mundo, dar la cara, sonreír. Esa actividad obligada fue quizá lo que no me permitió ver ni entender lo que realmente estaba pasando.

El segundo y tercer invierno fueron simultáneamente mejores y peores, porque tenía más actividad (tres trabajos, notas perfectas y una vida social de locos...) y menos tiempo para estar sola - aunque eso era lo que más quería. Un par de horas de soledad para poderme acurrucar en mi cama a sentir lástima por mi misma. Pero si no era un problema con la revista era un nuevo estudiante en la oficina, o si no era una amiga para mostrarme un bar nuevo era un nuevo amigo para llevarme a un date, o si no era un examen era la tesis...

El cuarto invierno no le puse atención a mi estado de ánimo porque estaba cerrando una etapa importante en mi vida: me había graduado de la universidad y debía entrar al mundo real. A ese mundo donde hay que trabajar de verdad. A ese mundo donde ya no eres estudiante sino "adulto", "trabajador", "empleado"... o un desempleado fracasado. Entonces pensaba que todos mis sentimientos encontrados tenían que ver con ese estrés y no con nada más.

No le paré bolas al cuento en Tailandia porque, igual que Barranquilla, las poquitas horas en las que el sol se esconde son los momentos en que uno respira el aire tibio (tibio, nunca frío) que corre por las calles. No le paré bolas al cuento en Bogotá porque pensé que era el frío y la sombría vida de la capital, donde el calor humano es un mito que atropella un Trasmilenio por la Autopista Norte.

No le paré bolas tampoco en Alemania al principio, porque o era mi vesícula o era el estrés de la visa o era el estrés de la universidad o era el estrés de la tesis... pero ya, ya me quedé sin excusas y me tocó pararle bolas al cuento.

Resulta que empieza con un poquito de bajo ánimo. Pero solo un poquito. Como si uno se levantara con el pie izquierdo un día. Normal. Eso nos pasa a todos. Pero el ánimo no sube durante el día, a pesar de que hagas el intento de verte con amigos, o de tomar cafeína, o de comprarte esos zapatos que hace rato estás ojeando. Por la noche te acuestas temprano para poder descansar, pero das tantas vueltas en la cama que terminas viendo televisión o jugando con el celular para pasar el tiempo. Como trasnochas, te levantas acabo por la mañana, y viendo que puedes, duermes "unos minuticos más" - hasta que pasan 3 horas y te despiertas porque han timbrado, no porque te sientas descansado. Ese día no haces nada, te "regalas" el día para hacer pereza - porque fijo lo que tienes es que te va a dar gripa. Es la época. El virus de turno. El abrazo de alguien. Entonces cancelas citas, cierras las cortinas, y empiezas a verte una larga saga (Harry Potter... por ejemplo...). Aunque hay mucho por leer no lees, porque ique los ojitos te duelen y tal. Y aunque hay mucho por hacer no lo haces, porque ique los huesos te duelen y tal. Llega la noche y no tienes sueño porque has dormido toda la mañana, y entonces comienza el círculo vicioso: trasnochas porque duermes hasta tarde, y duermes hasta tarde porque trasnochas. Total, entras en un ciclo zombie en el que no te hallas pero del que no puedes salir.

Te has dado cuenta de que no tienes gripa: no hay mocos, no hay tos, no hay fiebre ni malestar general, no hay dolor de cabeza, no hay nada. Pero hay todo. No te sientes mal, pero no te sientes bien. Cuando te obligas a salir de la casa, cuando te obligas a "dejar la maricada", no te sientes 100% tu. Tu sonrisa es falsa y lo sabes; lo que solía gustarte ya no te place; acabas de llegar y ya te quieres ir. Pero vuelves a casa, creyendo que ahí estarás bien, y tampoco te sientes agusto. Nada está bien aunque nada está mal. Y quizá lloras. Lloras porque te sientes incompleto el mundo, o porque te sientes en el lugar equivocado, o porque no lavaste la ropa y se está amontonando en la canasta, o porque el te no te quedó bien, o porque se acabó la sal. Y luego lloras porque te das cuenta de que estás llorando por la razón más estúpida del mundo. Y entonces lloras porque eres una estúpida que llora por estupideces... y ahí comienza otra bola de nieve.

Después de dos meses de esto, dos meses continuos de este comportamiento errático y absurdo, finalmente fui al médico. Ya ves, antes tenía razones (yo creía que tenía razones) para mi sensación de no satisfacción. Pero esta vez, este invierno del 2014, no tenía ninguna razón que yo pudiera identificar. Terminé la tesis, me gradué, mi mamá y mi hermana vinieron, me extendieron el contrato en la universidad donde dicto clase, hay plata en las cuentas, hay gasolina en los carros, hay comida en la nevera, hay minutos en el celular... no había razón alguna para mi tristeza tan ridícula. Por eso fui al médico, para que ella me recetara pastillas para "dejar la maricada" de Bayer, porque si es Bayer, es bueno.

Y cuando le conté todo esto, me miró con cara de "ay niña...", y me dijo, "Es muy normal que una costeña como tu esté sufriendo de esto. La verdad es que me he debido dar cuenta de esto antes y he debido hacer algo al respecto. Pero tranquila, esto lo solucionamos ya mismo." Yo, sin entender, tomé las pastillas que me dio y las otras que me recetó y me vine a mi casa a meterme bajo las cobijas porque ese viaje al médico había utilizado todas mis energías - necesitaba una siesta. Al meterme en la cama, busqué en google esas pastillas mías para qué eran, y descubrí lo que necesitaba descubrir.

Lo que yo tengo es falta de Vitamina D.

Siempre he creído que ese cuento es un chiste. Que son excusas bobas para ir a la playa a broncearse, o que es una vitamina tan válida como la vitamina V (de vodka). Tal parece que en clases de literatura no se habla mucho de vitaminas, porque en serio no tenía ni la menor idea. Pero resulta que sí es una vitamina en serio, y que todos mis síntomas son debido a una gran falta de ella. Se llama S.A.D., seasonal affective disorder, un trastorno debido a las estaciones grises del año, que se presenta especialmente en lugares donde hay largas temporadas con poco (o nada de) sol. Así que sí, yo estaba sad... estaba triste sin razón, pero sí había una razón. Y la razón es fácilmente tratable. Sí hay una dosis de "dejar la maricada": tienes que levantarte de la cama, bañarte, arreglarte, maquillarte, salir al mundo, verte con amigos, trabajar, hacer ejercicio (dijo esto del ejercicio, pero yo no hago ejercicio...)... pero además de "dejar la maricada", tienes que ayudarte con suplementos de Vitamina D.

Lo bueno es que el invierno no es eterno - ¿cómo es ese dicho? No hay mal que dure 100 años, ni cuerpo lo que aguante. Entonces, despacito, el invierno va cediendo el campo a la primavera, que viene acompañada de luz, flores de colores y conejos (literalmente conejos - los veo desde mi ventana). Y entonces llega el verano, con el sol radiante y temperaturas que (con suerte) suben a los 25 grados centígrados, acompañado de chancletas y asadores y planes a la luz del sol hasta las 11 de la noche.

Este cuento no es un chiste. Esta sensación no es patética ni débil. No puedes simplemente "dejar la maricada". Es una condición real que se puede ayudar. A mi me da risa de mi misma - una barranquillera sufriendo por falta de sol. ¡ja! Pero es precisamente ese el problema: que soy barranquillera y vivo ahora en una ciudad donde el "invierno" dura 8 meses. Hay ocho meses de frío, de cielos grises y nublados, de lluvias y ventones. Pero ya se me acercan los cuatro mesecitos de sol. Así que sol, solecito, caliéntame un poquito.

Comentarios

  1. Interesantes siglas...S.A.D., más o menos resume los sintomas.

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  2. Estimada Dra. que recetó a Natalya después de su diagnóstico que indica que ella "lo que tiene es S.A.D.", ojo no es que "esté sad", es que tiene... a ver y le explico doña alemana, esa pelá lo que tiene es que venirse a su casa por unos días, levantarse temprano, ir a la frutera, comer bollo e´mazorca con queso (matrimonio), conversar con Carmen mientras que prepara el sancocho y bañarse en la piscina de con sus primos y que ellos le cuenten todo lo que están aprendiendo en su colegio parrriissshhh. Si su paciente señora doctora alemana hace este ritual por lo menos ocho días, en su casa, con su familia, con el sol solecito y la luna de Barranquilla que es una cosa que maravilla... esa paciente quedará curada. Ahora, si usted insiste, hasta le damos la Vitamina D... pero después de que venga a su casa. No soy médico, ni alemana, ni conozco de vitaminas, pero puedo contarle con detalle la historia de su paciente para que de esta forma tenga usted el panorama completo. He dicho.

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  3. Una magulladura dérmica imperceptible se fue haciendo zurco, hasta tocar el alma y hacerla temblar.

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