Aprovechando el clima, el sol, y los domingos libres, mi esposo y yo estamos saliendo a montar bicicleta. El primer paseo fue hace dos semanas. Recorrimos 20 km (en total, ida y vuelta) yendo a visitar amigos. Fui divertido y totalmente agotador. Ayer, domingo de Pascua, decidimos irnos al brunch con nuestra familia alemana en bicicleta. El trayecto de ida son solo 4 km, pero es todo cuesta arriba, entonces llegamos jadeando y sudando -- pero listos para buscar los "huevos" que el conejo de Pascua nos había escondido. Digo "huevos" porque son chocolates... También he debido decir "escondido", porque están a plena vista para el que los quiera encontrar. Pero de todos modos es un brunch muy agradable. Y como habíamos sudado el equivalente en calorías a 4 km cuesta arriba, comimos muy rico.
Ya terminado el plan, decidimos emprender el camino a casa -- pero no en línea recta, porque qué pereza. Nos fuimos de Mönkeberg a Heikendorf por una ciclovía que circunda la playa. Es ful bonito, la brisa sopla fresca, y los patos, las gaviotas y los cisnes nos acompaña todo el trayecto. Hicimos como 7 km, parando de vez en cuando a disfrutar de la primavera en el norte de Alemania.
De regreso, mi esposo sugirió irnos, en vez de por el mismo caminito circundando la playa, por el bosque. Sería emocionante, dijo él, sería una aventura, algo nuevo. Ya con esa venta, yo no tuve más remedio que decir que sí. Así por el próximo cruce, nos metimos a la izquierda en vez de seguir derecho. Dejamos el asfalto y las señales de tránsito atrás, y nos adentramos por caminos improvisados de tierra, cuidando de no pisar hongos o caracoles, y bajando la cabeza para no golpearnos con las ramas bajas de los pinos y robles que dan al bosque un aire de fantasía -- en cualquier momento podríamos encontrarnos con Hansel y Gretel, o con la Caperucita Roja, o con Blanca Nieves (con o sin sus siete enanitos).
Mientras nos subíamos y bajábamos por los caminos improvisados, subiendo y bajando los cambios para mayor o menor tracción, todo iba bien. Pero en una de esas, a Honey le dio por inventares él solito un camino nuevo, y nos subió por donde no era y bajó por donde no era -- y ya era él solo porque yo me había quedado atrancada a media subida. Para evitar caerme, me había bajado de la silla pero no podía realmente desmontar la bicicleta. Así que, toda patética, de pasito en pasito, cuidando no caerme ni pegarme ni perder el equilibrio, bajé por otra parte y me encontré con Honey.
Entonces bajamos por otra parte, por un camino que la última vez que sintió paso humano fue al final de la segunda guerra mundial, porque el búnker por el que pasamos llevaba años recolectando polvo, moho y hongos, y sirviendo de guarida a los animales salvajes que viven en el bosque.
Las llantas de mi bicicleta se esforzaban pasando por encima de gruesas ramas caídas o de fuertes raíces salidas. La grama fresca, húmeda y resbalosa por el rocío y el verdín de bosque primaveral me hacían patinar.
Por entre los arbustos se oía el cuchicheo de la vida del bosque. Ardillas, pájaros, arañas, quizá un zorrillo... Y Honey y yo. No había más nadie. En una de esas, hipnotizada por la naturaleza tan pura, casi me caigo. Casi. Y se me acabó la diversión. Le dije a Honey que no más. Que ya no más. Que volvíamos de una vez a la "civilización", al cemento, al asfalto, a los ladrillos y las señales de tránsito. Honey, atónito, preguntó por qué, y le dije, "¡Porque casi me caigo!", a lo que él respondió, "Pero no te caíste." Ofendida y roja de la furia (porque no me gusta que me digan lo que ya sé), le dije, "¡Pero me voy a caer!" Y él, de lo más de tranquilo, dijo, "OK, entonces te levantas y seguimos. ¿Cuál es el problema?" Y eso me dio más rabia, entonces le hice show y nos devolvimos al camino real -- para que no le quede a nadie la duda de quién lleva los pantalones en esta relación. (Nojoda)
Pero todo el camino de regreso, los 12 km que recorrimos para llegar a casa, estuve pensando en li que dijo Honey. ¿Cuál es el problema? Vamos a ponerla grave: vamos a suponer que sí me caigo. Caigo sobre grama. Y ni que fuera yo tan alta como para decir que la caída es larga... Vamos a suponer que me caigo sobre un tronco o algo fuerte y me lastimo. O me levanto y seguimos, o gritamos y alguien llega a nuestro auxilio, o llamamos a nuestra familia alemana y ellos llegan a recogernos, o (para poner la cosa grave grave grave) llamamos a una ambulancia a que me recoja. Y ya. Y me curo y ya. ¿Qué pasa si me caigo? ¿Cuál es ese miedo tan terrible que le tengo yo al dolor? Dolor, por cierto, que nunca he sentido, porque nunca me he caído tan grave para que salga algo más que un morado. Y mi piel es tan sensible que solo con un toquecito ya tengo un hematoma que da miedo.
Me gustaría poder decirme a mi misma que el miedo a caerme es alegórico a una caída filosófica -- pero no me dio miedo caerme cuando me fui a Estados Unidos hace 13 años, ni cuando me fui a Tailandia hace 9 años, ni cuando me devolví a Colombia hace 8 años, ni cuando me fui a España hace 4 años, ni cuando me vine a Alemania en el 2010... No me dio miedo caerme cuando publiqué "No Soy Un Ángel" ni me dio miedo caerme cuando fui presidenta de Interact, ni cuando fui Editora en Jefe de la Phoenix Magazine, ni cuando dicté mi primera clase universitaria, ni cuando fui la alumna más vieja en una clase con veinteañeros, ni cuando dije "Sí" ante Dios y nuestros amigos y familia. Para las cosas grandes, importantes, para las cosas que realmente afectan la vida, para eso sí tengo "pelotas".
Pero para las bobadas que incluyen caídas literales no tengo ni la más mínima onza de valor. Soy una cobarde. Y por nada, porque mi experiencia (la mía propia personal) está llena de buenos resultados, sin caídas. Yo sufro es de un tonto miedo a un dolor imaginario que no conozco, que nunca he tenido, pero que podría pasar. Podría doler. Podría caerme.
Sí. Es cierto. Todo eso podría pasar.
Lo que tengo que aprender ahora es que, cuando pase, lo único que tengo que hacer es levantarme y seguir.
A ver si antes de los 31 dejo esta bobada...
El broche de oro para esta historia hubiese sido que te cayeras en el camino"oficial". Yo soy de la filosofia del todo puede pasar, esté donde esté... Y aunque ya me he caído de montar en caballo, no se me han quitado las ganas de montarlos. Pero sí tengo miedos psicológicos y muchos... Cosa que me deprimo porque no sé si seré capaz de terminar algo... De hecho no sé no cómo llegué a India así.
ResponderBorrarcómicamente estaba pensando lo mismo que Julieth mientras leía la entrada. Me dije, sería bastante irónico donde termine contando como de regreso a casa te resbalabas y casi en el asfalto :P
BorrarAy oye, qué malos y mórbidos los dos!! ja ja! No, no me caí. Y ya hace raaaaato no me caigo - http://porquetengolarealidadenlacabeza.blogspot.de/2011/06/ya-no-me-caigo-pero.html. :-) Y Julieth, el hecho de que hayas llegado Y SOBREVIVIDO en la India quiere decir que tus miedos no son tan fuertes como crees.
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