Hay pocas cosas a las que todos los seres humanos tenemos derecho. Tenemos el derecho a la vida, sin importar nuestra cuna de nacimiento o nuestra nacionalidad; tenemos derecho a pertenecer a un estado, determinado por nuestra cuna de nacimiento (o en casos particulares por la ascendencia); y tenemos derecho a la privacidad. Bueno, quizá tenemos ful más derechos, pero estos son los únicos tres que se me ocurren que sé con total y absoluta certeza que son verdaderos en un país de Asia, en un país de Europa, y en dos países de América (tomándolo como un sólo continente, porque ajá...), de modo que puedo generalizar y decir que son los tres derechos que todo ser humano en el mundo entero tiene.
Pero hay gente--como yo--que a conciencia y voluntariamente decidimos entrar a un estado de violación personal del derecho personal y privado de la privacidad. Somos los escritores. Y léase por escritor cualquiera con un teclado (¿o máquina de escribir?) que decide no sólo que tiene algo que decir, sino que el mundo debe leerlo. Cuando decidí publicar mi primer libro, mi editor, el brillante Maestro Abel Ávila, me preguntó:
Ahora que las cosas son más fáciles, con el internet y el hecho de que publicar sea fácil, rápido y GRATIS, cualquiera puede escribir y exponerse. Hay quienes se exponen con seudónimos, y hay quienes se exponen como sí mismos pero sin hablar ni hacer referencia a sí mismos. Es un anonimato revelado, por así decirlo. Pero de todos modos, se exponen. Se exponen en facebook, en twitter, en blogs, en columnas online...
Como escritores, nos exponemos tanto a las críticas que nos llegan como a las que no. Por ejemplo: tengo una amiga (¿conocida? no sé... digamos, colega) que es columnista para El Espectador, un diario de reconocimiento nacional. Escribe una columna de opinión de temas variados, siempre con una perspectiva fresca, bien investigada y deliciosamente redactada. En alguna de sus columnas recientes, se ganó un stalker, una de esas personas que persiguen a punto de obsesión, que da miedo. Y el stalker este era de los peores, porque la insultaba horrible, con palabras fuertísimas y nunca con referencia al tema de su columna, siempre con acusaciones personales. Si bien la calumnia es un delito (¿es? creo que sí... al menos en algunos países), el internet permite que quien sea exprese lo que sea. Sin embargo, por otro lado, tengo otra amiga que escribe un blog sobre sus experiencias en un país africano; tenemos un grupo de amigos en común, y con frecuencia me encuentro discutiendo con los amigos en común sobre su blog, pero no directamente con ella. Crítica indirecta. Y como escritores, estamos expuestos a todo. Voluntariamente.
Cuando decidí escribir un blog, no estaba segura si tendría un eje central, o si escribiría cualquier barbaridad que se me viniera a la cabeza. Empecé escribiendo en inglés, porque pensé que me iría mejor; pero me di cuenta de que mis "followers" eran más latinos que angloparlantes, de modo que abrí otro en español--este. Ahí sí me puse a pensar muy en serio quién rayos sería mi público, porque una cosa es escribir en inglés para gente que maybe me conoce y maybe no; y otra muuuuy diferente es escribir en un idioma que mi papá puede leer. Y los amigos de mi papá. Porque mi papá ya es de esa generación de pelaitos que saben usar computadoras y todo.
Es que ahí viene la paradoja de la privacidad: que extraños en el mundo conozcan mis pensamientos y sensaciones más privados, no me importa. Me expongo voluntariamente a que piensen y comenten lo que les venga en gana. Pero que mi papá lea mis pensamientos y mis sensaciones más privados--wow, eso ya es otra cosa. Siempre da más miedito cuando la invasión a la privacidad es de parte de quienes conocemos que de quienes no conocemos. Que alguien que me conoce me conozca de verdad y más a fondo, me da miedo. Me intimida.
Pero todo estaba bien, porque mi papá está demasiado ocupado para leerme, y de todos modos él no es fan de leer en la computadora, ni es fan de estar leyendo las barbaridades que yo escribo...
O al menos eso pensaba yo.
Ayer descubrí que mi papá me lee. Y ayer dude sobre mi decisión de violación personal al derecho personal y privado a la privacidad. Oh por dios. Y ahora, ¿qué hacemos?
Pero hay gente--como yo--que a conciencia y voluntariamente decidimos entrar a un estado de violación personal del derecho personal y privado de la privacidad. Somos los escritores. Y léase por escritor cualquiera con un teclado (¿o máquina de escribir?) que decide no sólo que tiene algo que decir, sino que el mundo debe leerlo. Cuando decidí publicar mi primer libro, mi editor, el brillante Maestro Abel Ávila, me preguntó:
Sin importar si lo que escribes es bueno o malo, ¿estás preparada para la crítica? Porque cuando publicas le estás dando carta blanca a todo el mundo, a cualquier persona, para que te critique. A veces serán críticas positivas que te harán crecer, y a veces serán críticas negativas con la única intención de dañarte. ¿Estás lista?Chévere esa invitación a ejercer mi derecho a la privacidad. Pero no, yo solita entré en violación personal del derecho personal y privado a la privacidad. Las reacciones fueron mezcladas. Hubo muchas críticas positivas (la mejor, la que más me ha llegado al alma, fue la del Primo Divino de mi hermana: "El tuyo ha sido el único libro que me he leído completamente". Y lo dijo en serio, y lo dijo de corazón. Algunas otras críticas fueron, bueno, digamos que aunque no me arrepentí de haber violado personalmente mi derecho personal y privado a la privacidad, si me dio mucho miedo conocer los alcances de las obsesiones de ciertos lectores.
Ahora que las cosas son más fáciles, con el internet y el hecho de que publicar sea fácil, rápido y GRATIS, cualquiera puede escribir y exponerse. Hay quienes se exponen con seudónimos, y hay quienes se exponen como sí mismos pero sin hablar ni hacer referencia a sí mismos. Es un anonimato revelado, por así decirlo. Pero de todos modos, se exponen. Se exponen en facebook, en twitter, en blogs, en columnas online...
Como escritores, nos exponemos tanto a las críticas que nos llegan como a las que no. Por ejemplo: tengo una amiga (¿conocida? no sé... digamos, colega) que es columnista para El Espectador, un diario de reconocimiento nacional. Escribe una columna de opinión de temas variados, siempre con una perspectiva fresca, bien investigada y deliciosamente redactada. En alguna de sus columnas recientes, se ganó un stalker, una de esas personas que persiguen a punto de obsesión, que da miedo. Y el stalker este era de los peores, porque la insultaba horrible, con palabras fuertísimas y nunca con referencia al tema de su columna, siempre con acusaciones personales. Si bien la calumnia es un delito (¿es? creo que sí... al menos en algunos países), el internet permite que quien sea exprese lo que sea. Sin embargo, por otro lado, tengo otra amiga que escribe un blog sobre sus experiencias en un país africano; tenemos un grupo de amigos en común, y con frecuencia me encuentro discutiendo con los amigos en común sobre su blog, pero no directamente con ella. Crítica indirecta. Y como escritores, estamos expuestos a todo. Voluntariamente.
Cuando decidí escribir un blog, no estaba segura si tendría un eje central, o si escribiría cualquier barbaridad que se me viniera a la cabeza. Empecé escribiendo en inglés, porque pensé que me iría mejor; pero me di cuenta de que mis "followers" eran más latinos que angloparlantes, de modo que abrí otro en español--este. Ahí sí me puse a pensar muy en serio quién rayos sería mi público, porque una cosa es escribir en inglés para gente que maybe me conoce y maybe no; y otra muuuuy diferente es escribir en un idioma que mi papá puede leer. Y los amigos de mi papá. Porque mi papá ya es de esa generación de pelaitos que saben usar computadoras y todo.
Es que ahí viene la paradoja de la privacidad: que extraños en el mundo conozcan mis pensamientos y sensaciones más privados, no me importa. Me expongo voluntariamente a que piensen y comenten lo que les venga en gana. Pero que mi papá lea mis pensamientos y mis sensaciones más privados--wow, eso ya es otra cosa. Siempre da más miedito cuando la invasión a la privacidad es de parte de quienes conocemos que de quienes no conocemos. Que alguien que me conoce me conozca de verdad y más a fondo, me da miedo. Me intimida.
Pero todo estaba bien, porque mi papá está demasiado ocupado para leerme, y de todos modos él no es fan de leer en la computadora, ni es fan de estar leyendo las barbaridades que yo escribo...
O al menos eso pensaba yo.
Ayer descubrí que mi papá me lee. Y ayer dude sobre mi decisión de violación personal al derecho personal y privado a la privacidad. Oh por dios. Y ahora, ¿qué hacemos?
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