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¡Más nunca!

Yo soy de la mentalidad de que, si alguien me quiere regalar algo, y yo necesito algo, y esos dos algos coinciden en ser el mismo algo, ¡que me lo regale! A mi no me da pena recibir cosas usadas. A mi no me da vergüenza recibir las cosas "viejas" de otros. Me encantan los regalos, por un lado, y me encanta sentirme ultra-inteligente cuando no gasto dinero comprando cosas que (no) necesito. Por ejemplo, necesitaba un celular. Mi tío quería deshacerse de su iPhone. ¿Si ves? Hay dos personas con dos necesidades, cuyos fines coinciden. A mi no me da ni cinco de pena andar por ahí con un iPhone regalao.


Pero mantener esa mentalidad para volverla principio no es fácil. Mucho menos cuando la gente empieza a pensar que una va a recibir lo que sea. Lo que sea. En cualquier estado.


Cuando nos mudamos al nuevo apartamento en enero, nos dimos cuenta de que necesitábamos un sofá (el apartamento pasado era tan, pero tan chiquito, que no cabía ni siquiera un silloncito). Un día, recién mudados, nos encontramos con plata, ganas y tiempo (wow, pa' que crean) y nos fuimos de shopping. Y ese dicho de que el que busca, encuentra, es puritico cuento, porque no encontramos es na'. Y dijimos, como dice mi papá, loquespalperro no selocomelgato, y nos fuimos, pensando que "Dios proveerá" - es decir, algún día, de algún modo, nos caería un sofá del cielo.


Pues no cayó directamente del cielo, pero sí nos apareció un sofá.




La oferta era: La hermana de mi esposa compró sofá nuevo, y tiene este para regalar. Sabiendo que ustedes necesitan sofá, entonces, ajá, que si lo quieren, está a la orden. Viendo esta foto, yo he debido reconsiderar mi principio de aceptar "todo" y ser un poco más selectiva. Pero pensando que realmente (¿realmente?) no habíamos encontrado un sofá que nos satisficiera, y pensando que me encantan los regalos, recibimos el sofá.


Y entonces ahí se me salió lo nieta-de-Ofelia y sobrina-de-Graciela. Yo dije (y lo dije en voz alta, haciéndolo imposible de negar) que yo podía, sin ningún problema, tapizar el sofá.


Claro.


¿Es que acaso no sabías que entre clases de literatura victoriana y clases de literatura sureña del siglo XX nos daban clases de costura? Pfff.


Y salí a comprar telas, hilo y aguja. Y empecé a cortar. Y empecé a coser.








Y esa noche, luego de chuzadas, punzadas, puyadas, dedos adoloridos y uñas partidas, luego de 5 horas de trabajo y una botellita de vino, así terminó mi sofá:




Pasaron dos semanas sin dar ni una sola puntada - digamos que por falta de tiempo y no por falta de ganas. Y esta vez, luego de nada más 4 horas (o sea, ya era toda una profesional en la retapizada) y tan sólo 2 copas de vino, así quedó el sofá:


Pasaron dos semanas más sin puntadas, y de mala gana y de mal genio terminé de forrar el bendito sofá ese. No me alcanzó el hilo, entonces hay partes con hilo del color de la tela, otras con hilo color café y otras con hilo negro; no me alcanzó la tela, entonces hay partes unidas con alfileres y con retazos; y no me alcanzaron las ganas, entonces hay una parte en la que es mejor que la gente no se siente.

Así quedó el sofá:


Y así quedé yo: MÁS NUNCA VUELVO A COSER EN MI VIDAAAAAAAAAAAAAAAAA.

El feminismo y la revolución que conlleva indica que las mujeres ahora pueden ELEGIR. Que algunas elijan coser, eso es cuento de ellas. Pero yo, yo elijo comprarme un sofá nuevo. Y comprarme una engrapadora, en caso de que algún día necesite "coser" algo más.

Ojalá pudiera resolver, también, más nunca volver a aceptar regalos que necesiten arreglo. 

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