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Los sentidos sienten sensaciones

Y que valga la redundancia: Los sentidos sienten sensaciones.

Y este fin de semana, mis sentidos estuvieron sobre-estimulados con sensaciones que creía haber olvidado. Pero hay cosas que no se olvidan; hay cosas que nada más se ponen en el saco del olvido de vez en cuando, pero que están a la mano para traer de regreso a la memoria con el más susurrado y oculto llamado.

Vi el mar. Vi el mar interminable, eterno. Vi el mar azul, salado. Vi el mar frío, movido. Y aunque sé que el mar Báltico no me lleva directo a mi casa, al menos pude imaginar que nadando de ahí derecho, saliendo del Kieler Förde y tomando a la derecha en el mar Báltico para pasar por Dinamarca, entrando al mar del Norte y nadando por debajo de Inglaterra, entrando al océano Atlántico y llegando al mar Caribe, ahí derechito, llego a mi casa. Es más, haciendo un súper esfuerzo, creo que alcanzaría a ver el muelle de Puerto Colombia... Es que el mar es mi casa. Independientemente de mi ranaplataneradez, el mar es parte de lo que me define.


Metí los piecesitos en el agua. Dejé que las olas se me metieran entre los deditos, y que la arena bajo mis pies me absorbiera, como intentando comerme, hacerme parte de ese mar. Permití que el agua mojara mis piernas, dejé que mi cuerpo absorbiera el agua salada, fría. Pensé que de pronto, en algún lugar del mundo, había otra persona con los piecesitos en el agua, disfrutando igual que yo el placer de mojarse con las olas que rompen en la orilla. (Y resulta que sí.)

La de rosado allá al fondo soy yo...

Caminé descalza sobre la arena. Tuve que disminuir la velocidad de mi paso porque me hundía en las dunas de arena blanca, de grano diminuto. Sentí el inmenso placer de cubrir mis pies con arena y disfruté del calor de cada grano en mi piel. Tomé la arena en mis manos y la deje volar con el viento de medio día, con la esperanza de que al menos un poquito llegara a mi casa, en alguna de esas brisas decembrinas que duran hasta después de carnavales.




Fotos cortesía de Tatiana Hergett, t_hergett@hotmail.com 


Me quemé la espalda con el sol - claro que eso no significa lo mismo allá que acá, porque allá la quemada es casi con definición clínica; acá simplemente significa que descubrí mi espalda al sol para que la vitamina D me bañara. E hizo frío. Pero el placer de sentir que mi piel absorbía el calor, el color, le ganó a mi debilidad térmica. Lástima que no pude disfrutar de la gotica de sudor que corre por la raya de la espalda, pero el sol fue suficiente.

Estuve sobre-estimulada. Había tanto sol que me tocaba entre-cerrar los ojitos para poder enfocar. Había tantos olores familiares (mariscos...), que a no ser por el silencio me hubiera sentido en Boca Grande o en El Rodadero. Me hizo falta el olor a patacón con queso costeño (de puro ganao) para sentirme en Puerto Colombia.

Hay que buscar formas de sentirse cerca de casa. Yo me siento en mi casa en la playa. De modo que este fin de semana, entre la galleta griega, los platanitos maduros, la galleta festival, y el plátano asado con bocadillo que estoy a punto de comerme ahora, casi que estuve en Barranquilla.



Y lo único que se medio parece a estar en la casa, es estar en un lugar que se parece a la casa.

Comentarios

  1. Pues este fin de semana yo estaba exactamente en el mismo plan tuyo, metiendo los piecesitos en el agua, dejando que mis pies se hundieran en la arena (no tan blanca, no tan fina, no tan fría), que las olas me llenaran de tierra, y escuchando buena música en mi bb al son de un precioso atardecer el cual montaré en mi blog para que te sientas más cerca de casa.

    Sí, al otro lado del mundo, tal vez en un huso horario diferente pero cerca a tu casa, estaba yo, en las mismas, pero diferente.

    =)

    XOXO

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